Las primeras manifestaciones de fachada se remontan a la prehistoria, siendo las cuevas los primeros modelos de arquitectura integrada a la naturaleza. Un magnífico ejemplo es la Necrópolis de los Algarbes de Tarifa, formada por una multitud de cuevas artificiales excavadas en la roca arenisca.
Iglesia Gallarus Oratory (Irlanda), construida exclusivamente con
piedra sin argamasa y , sin embargo, totalmente impermeable a la lluvia
Los nómadas, aprovechaban el material de cada zona para construir sus cabañas, materiales que debía ser ligeros para que fueran fáciles de transportar. Se utilizaban ramas, madera y piedras. En las zonas más frías huesos de mamut, que se recubrían con pieles y tierra.
Proceso de construcción de una yurta, una tienda de campaña utilizada por los nómadas en las estepas de Asia Central
La tienda estaba cubierta por varias capas de paja y lonas de lana.
El anillo era el agujero que se encontraba en la parte central superior de la tienda. Recibía la tensión de las vigas y al mismo tiempo permitía la salida de humo y la entrada de luz a su interior.
La puerta estaba delimitada por un marco de tablones sujetos con cuerdas, podía tratarse de una simple lona, y posteriormente por una madera con bisagras.
Las paredes se formaban con un entramado de maderas. Se encargaban de absorber todo el peso de las vigas sin necesidad de usar cuerdas tensoras.
Las vigas daban una forma redondeada al techo. Por la forma en que eran colocadas no requería de pilares de refuerzo en el centro de la vivienda, lo que otorgaba un mayor aprovechamiento del espacio interno.
A medida que la vida se vuelve más sedentaria, aparecen construcciones mejor fijadas al terreno. Un buen ejemplo son los palafitos, viviendas de madera levantadas sobre pilotes, clavados en el fondo de un lago o zona pantanosa.
Palafito en el Lago Inle, en una zona fronteriza con Tailandia y Laos
Los palafitos se hacían con materiales vegetales: troncos para la estructura, trenzados de ramas para la fachada o bien en algunos casos cerramientos de tabla de madera y cubiertas vegetales. La fachada realizada con estos trenzados permite la circulación del aire dentro de la vivienda para mejorar un ambiente especialmente caluroso y húmedo.
En España se han hallado restos de estas construcciones en Galicia, Gerona y Valencia.
Los griegos utilizaron gran variedad de materiales de construcción para realizar sus edificios, desde adobe y madera, hasta terracota y piedra (calizas duras, conglomerados y el mármol).
Para
colocar cada piedra en su lugar se usaba una alzaprima con muescas
superficiales o agujeros profundos en el sillar por donde se pasaba una
barra o cuerda
Para unir las piedras entre si se usaban grapas para uniones horizontales y clavijas para uniones verticales.
La manifestación más clara de la arquitectura griega es el templo. Sobre una base de piedra que estaba compuesta por sillares irregulares de forma más o menos cuadrangular (estereobato), se colocaba un elemento nivelador (eunciterio) seguido por una plataforma escalonada (crepidomos).
El templo de Hera, en Olimpia
La arquitectura romana incorpora una buena parte de los principios constructivos griegos, los materiales utilizados son muy variados: piedra cortada en sillares regulares, hormigón, ladrillo, mampuesto, madera... Cuando el material era pobre se solía revestir con estucado, placas de mármol o con ornamentación de mosaicos o pintura, reduciendo la cantidad de piedra ornamental a emplear.
Los romanos utilizaban cemento hidráulico (arena puzolánica mezclada con cal), que al combinarse con agua permitía obtener una masa aglomerante, resistente e impermeable. De este modo se solventaban los problemas de control de filtraciones de aire, control acústico y estética exterior e interior.
Entre otros ejemplos romanos de utilización de hormigones, se pueden destacar el anfiteatro de Pompeya, que muestra anillos de hormigón en su perímetro; el Coliseo de Roma, que contiene hormigón en los cimientos, los muros interiores y la estructura; y el Panteón de Roma, donde se utilizó un hormigón aligerado para construir la cúpula.
Antes de la popularización del vidrio, se empleaba como acristalamiento el lapis specularis; un tipo de roca traslúcida de yeso del tipo de la selenita.
La incapacidad para fabricar vidrios de grandes dimensiones se resolvió subdividiendo las hojas de ventana en cuadrados más pequeños, capaces de ser tapados con una única pieza de vidrio más pequeña. La costumbre actual de subdividir los paños de ventana en cuadrados más pequeños es una reminiscencia estética que ha perdurado desde entonces.
El principal uso del lapis specularis
en la Antigua Roma fue para la fabricación de ventanas acristaladas,
acoplándose en armazones, principalmente de madera aunque también se
fabricaron de cerámica, que permitían ensamblar varias planchas con el
fin de cubrir la superficie en función del tamaño de la ventana. Incluso
se llegaron a construir invernaderos a base de unir placas de lapis
specularis.
La Edad Media hizo que el uso del cemento cayera en el olvido, haciendo que las maravillas de la arquitectura romana dejaran paso a las obras de arte de la arquitectura románica, gótica y del renacimiento. Sin este recurso, las fachadas de los edificios empezaron a depender principalmente de la calidad de la piedra y de su minucioso trabajo de elaboración. Primaba también el grosor de las fachadas, siendo ésta otra de las características que definían su calidad y durabilidad. El carácter de este material, símbolo de resistencia y estabilidad, fue durante siglos representativo de una forma de entender la construcción duradera. Se realizan construcciones de una ligereza y belleza excepcional, un ejemplo es el castillo de Ponferrada en León.
También se utilizaba la mampostería, con piedra labrada en las esquinas, ventanas y puertas. Si la piedra era difícil de conseguir, se utilizaba el ladrillo cocido o la pizarra . El acabado final era de pintura y revoco, tanto para la piedra como para el mampuesto y los demás materiales, de tal forma que, una vez pintados los paramentos, no se podía distinguir si debajo había uno u otro material.
Los edificios se cubrían con un tejado que podía estar hecho de piedra, como en la catedral Vieja de Salamanca. De escamas vidriadas, como en el chapitel de la torre de la antigua catedral de Valladolid; o pizarra, sobre todo en lugares donde este material es abundante, principalmente en Galicia.
Torre del Gallo de la catedral Vieja de Salamanca
El paso de los siglos hasta nuestros días supuso un lento pero constante abandono de la piedra como material de cerramiento y material estructural. El acero, y más tarde el hormigón armado, asumían el papel de soporte con lo que la libertad proyectual del arquitecto podía avanzar sin los impedimentos de los grandes muros, contrafuertes y diafragmas que definían las construcciones de siglos anteriores.
Este lento fallecer hizo que la piedra fuese olvidada por generaciones de arquitectos, hasta que con el aplacado aparecen nuevas propuestas para generalizar el empleo de la piedra con un procedimiento nuevo de aplicación basado en la reducción del material a una capa más del cerramiento como chapado a modo de piel.
La pared hueca
A finales del siglo XIX, se plantea que una fachada hueca presentaría mejores propiedades que una maciza. El ‘cavity wall’ o pared hueca implica una ruptura conceptual.
La aparición de este cerramiento planteaba un nuevo problema que hasta entonces se había solucionado fácilmente: el movimiento de los materiales. Hasta ese momento una fachada de un único material no presentaba grandes puentes térmicos. La diferencia de temperaturas a las que pueden estar sometidos los materiales que se encuentran en una hoja exterior y los que se encuentran en una interior, e incluso el comportamiento de los propios materiales.
Así nace un nuevo concepto de fachada, con cámara ventilada. Con la fachada ventilada se permite que el aire interior se regenere, gracias a la evacuación del aire caliente por convección, aumentando así el control térmico y reduciendo la aparición de condensaciones
Diagrama de fachada ventilada, con aislamiento sobre hoja interior que evita cualquier condensación o filtración.
Junto con la llegada de la arquitectura contemporánea se produce un cambio de paradigma en cuanto a que la fachada deja de ser un elemento pesado y estructural de un edificio, para transformarse en una envolvente, piel o membrana, capaz de proteger su interior, actuar como filtro del sol o el viento, mejorar las condiciones térmicas interiores, ser vegetal e incluso, ser móvil y tecnológica.
Hoy, la transformación de la arquitectura además de estar vinculada a un aspecto cultural, se relaciona intrínsecamente con el avance de la tecnología y nuevos materiales.
La piel es filtro, transparencia, protección, privacidad, movimiento, cortina, amortiguador y bienestar interior.
fonte: http://www.bemsite.com/index.php/main/articulo/n91
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